En un lugar donde el sol quema sin descanso y la aridez del clima resulta insoportable, perviven la más diversa población tribal de todo el continente africano, las tribus del Río Omo.
Llama poderosamente la atención la diferencia entre nuestro mundo, el cual se encuentra inmerso en la era de la tecnología y la digitalización en contraste con el entorno y la forma de vida de estas tribus, las cuales parecen haberse quedado ancladas en el curso de la historia, sin haber evolucionado aún desde la etapa más prehistórica de nuestros antepasados.
Konso, Kwegu, Dorza, Karo, Mursi, Hamer o Erbore son algunas de las etnias que conviven en el Valle del Omo, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1980. Una visita a este valle no deja de ser un espectáculo visual al que seguramente no estamos acostumbrados. Cada una de sus pinturas, tocados y accesorios cuentan una tradición, una costumbre o una creencia.
Un ejemplo de ellos son los enormes platillos hechos de calabaza o arcilla, que las mujeres Mursi portan en su boca y en el lóbulo de la oreja, y que provocan graves deformaciones con el paso del tiempo. Algo que para nosotros puede ser una costumbre atroz, para ellas es un símbolo de belleza. Adornan sus cuerpos con pinturas que ellos mimos fabrican a partir de pigmentos de origen vegetal y animal, los cuales mezclan con ceniza y orina de vaca sirviendo también como repelente contra todo tipo de insectos. Para ellos cambiarse las pinturas de su cuerpo y del rostro es similar a lo que nosotros hacemos cuando nos cambiamos de ropa, es por ello que repiten este proceso varias veces al día en función de su estado de ánimo. Para estas tribus los colores, los adornos son una forma de expresión mucho más clara que el propio lenguaje.
Las tribus del Río Omo viven del pastoreo y de la agricultura, y se alimentan de sus propios recursos tales como carne de vaca, leche o cereales. Tienen un espíritu guerrero muy arraigado y los conflictos que enfrentan a estos grupos son muy frecuentes, siendo en muchas ocasiones necesario recurrir a los Jalaba,un consejo de ancianos que se encargan de establecer la paz entre ellos.
Estas tribus etíopes, así como su cultura de época ancestral son un legado muy valioso que merece la pena conservar. Sus costumbres o su forma de vida nos pueden llamar la atención e incluso nos puede causar desagrado, pero no hay que olvidar que es simplemente eso, una forma diferente de vivir, de expresarse, de relacionarse y de subsistir en el mimo lugar donde crecieron sus raíces.
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